¿Somos los humanos primates asesinos?

Cuando a principios del siglo XX aparecen los primeros fósiles de Australopithecus en África, se descubre un eslabón crucial para entender la evolución de los homínidos. Pronto comienzan las especulaciones sobre el modo de vida de nuestros antepasados. En las primeras obras se los describe como seres fieros y crueles que comen a sus presas vivas. Según estas teorías, la guerra y la agresión habían sido fuerzas poderosas en la evolución humana. A este conjunto de conjeturas se las denomina “teorías del simio asesino” o el mito del “primate asesino”.
Babuinos de Guinea en el Parque de la Naturaleza de Cabárceno (imagen: Pablo Herreros Ubalde).
Casi cien años después, sabemos que aquellas reconstrucciones del pasado estaban dominadas por falsos modelos mentales como “la ley de la jungla” o “la supervivencia del más fuerte”. El primatólogo holandés Frans de Waal cree que, paradójicamente, al ser humano se le representa como agresivo y cazador cuando realmente era presa de hienas y tigres, por lo que nuestros primeros pasos en el planeta Tierra debieron están más marcados por el miedo que por la ferocidad.
El interés en los primates como modelos válidos para comprender la evolución de nuestros ancestros corrió en paralelo a estas investigaciones. En un primer momento se focaliza la atención en losbabuinos, una especie muy jerarquizada, con altas tasas de agresión que vive en entornos fragmentados muy similares a los que tuvieron que enfrentarse los primeros seres humanos tras la salida de la selva. El problema vino cuando se comprobó que estos primates se encuentran más alejados evolutivamente del hombre que los grandes simios.
Pero no tardan en darse cuenta de que los chimpancés son mejor modelo, puesto que poseen características más cercanas a las de los humanos, como la caza cooperativa, las batallas con clanes vecinos y el uso de herramientas; aspectos todos ellos ausentes en los babuinos. Aún así, los chimpancés también poseen fuertes jerarquías y la violencia de los machos puede llegar a alcanzar límites insospechados en determinados momentos, tal como describió Jane Goodall en sus investigaciones en Gombe. Los defensores de la violencia y del dominio masculino como rasgos naturales e innatos de la especie humana habían encontrado un argumento perfecto en los estudios sobre estos primates.
Pero había algo que no encajaba en todo este puzzle. Varios individuos en los zoológicos de Europa pertenecientes a una subespecie de chimpancé no seguían esos mismos patrones. En un principio no se le prestó mayor atención y se les llamó chimpancés pigmeos debido a su menor estatura. Dos décadas después se descubre que es una especie propia y que son totalmente opuestos en sus estrategias sociales. Actualmente son llamados bonobos y viven en una zona muy restringida de vegetación densa, en la República Democrática del Congo, en la que abundan las frutas.
Pequeño bonobo del parque zoológico de San Diego, en Estados Unidos (imagen: usuario de Flickr).
Los bonobos son una especie con amplia tolerancia social y relaciones más igualitarias que otros primates. Además, las hembras son las protagonistas de la vida social y no se produce ningún cambio relevante en el grupo sin su consentimiento. Viven en grupos mixtos de varios miembros con jerarquías igualitarias y pasan alrededor del 25% del tiempo en posturas bípedas. Se cree que actualmente quedan unos 10.000 ejemplares, aunque su número se ha visto reducido drásticamente en los últimos diez años.
En los últimos años, se han vuelto muy famosos debido a su promiscuidad sexual, aunque la función de estos comportamientos es algo complejo que van más allá de un deseo desmesurado. En realidad utilizan el sexo como una estrategia social que reduce tensiones, cohesiona al grupo y soluciona conflictos. Han sustituido la violencia por el sexo; por esta razón son llamados los hippies de la selva. Además, en las investigaciones sobre cooperación y tendencia a compartir, obtienen mejores resultados que los chimpancés y es raro que los episodios de lucha acaben en lesiones graves. Otro asunto interesante, es que cuando mantienen relaciones sexuales, al igual que nosotros, utilizan preferentemente la postura del misionero y se miran a la cara, algo poco común en el mundo animal.
Mimi, una hembra alfa de bonobo de un santuario en el Congo, vela y defiende el cadáver de un macho recién llegado al grupo.
Los bonobos se encuentran a la misma distancia genética del hombre que los chimpancés. Los humanos nos separamos del ancestro que compartimos los tres hace 5-6 millones de años aproximadamente. A su vez, los de chimpancés y bonobos se separaron entre sí hace 3 millones, probablemente debido a la separación del río Congo en dos que pudo llevar a su especiación.
La pregunta que surge de todo lo expuesto anteriormente es por qué hemos elegido a los chimpancés y no a los bonobos como espejos en los que reflejarnos para comprender la evolución humana. Si nos basamos en la distancia genética, cualquiera de los dos modelos son igualmente válidos. De hecho, análisis recientes apuntan al bonobo como un poco más cerca de lo pensado. Muchos autores creen que esto es debido a la necesidad de legitimar las hipótesis según las cuales los animales son violentos y por tanto la tendencia a la guerra es innata en los hombres, así como también lo es la dominación sobre las mujeres. Además todo apunta a la existencia de razones políticas y económicas, ya que los partidarios del capitalismo salvaje encontraron en los chimpancés una excusa perfecta para validar su lógica de mercado basada en la ley del más fuerte y la eliminación de los más débiles.

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